Hola a todos. Una de las prácticas más habituales en Medio Oriente es el tener que volar a menudo bien sea por motivos laborales, o bien, por las recurrentes (..y por que no decir necesarias) escapadas de viajes cortos que nos permiten respirar aires diferentes al usual polvo amarillento que vive posado sobre esta región.
A diferencia de Colombia, donde los precios de los billetes de avión nunca son baratos, aquí el transporte aéreo es el más usado precisamente por la facilidad de encontrar precios cómodos al bolsillo y una amplia oferta de aerolíneas.
Lo que nadie nunca imaginaría es que una región en la que abundan los recursos económicos tenga también uno de los paisajes urbanos más desagradables en los que se pueda estar: sus aeropuertos. Estas infraestructuras, que en la mayoría de los casos son la cara amable y sobre todo la que da bienvenida y por ende la primera impresión de un país, aquí lastimosamente son espacios que dan bastante grima y desazón por todo lo que en ellas se aprecia. Ni siquiera lo fastuoso y contemporáneo de diseños como las terminales aéreas de Dubai, Abu Dhabi o Jeddah alcanzan a disipar la cara de asombro del desprevenido visitante que llega por primera vez a la región o bien el veloz e inconforme paso de quienes ya llevamos un buen tiempo por estos parajes.
Contextualizando un poco, es bueno exponer que los aeropuertos de Medio Oriente son las ferias del racismo por excelencia. En ellos se da la construcción de una de las imágenes que más queda fijada en el imaginario colectivo de todos lo que han pasado alguna vez por ellos, y es la de ver cientos de pakistaníes, indios, nepalíes, etc., ocupando los corredores a modo de camas y salas de espera, porque prefieren dar el paso al sitio donde las miradas despectivas no se reciban directamente y sean cambiadas por la indiferencia con la que pasan los viajeros del resto del mundo que circulan por el poco espacio que queda disponible en los corredores. Yo diría entonces, que es lo más parecido a un campo de refugiados a la espera de ayuda humanitaria. La imagen es muy deprimente puesto que esta gente debido a la pobreza de sus países usualmente no llevan maletas para su equipaje de mano sino bolsas de supermercado, o lo que es peor, sábanas amarradas con cuerdas a modo de tula. Y eso por no mencionar que en la mayoría de los casos cuando se está haciendo la fila para el Check-in siempre hay un policía o un empleado de la aerolínea separando y clasificando la gente en filas diferentes. Es un procedimiento que se hace al ojo, pero es casi evidente que separan a quienes van bien vestidos y con maletas de un lado (normalmente a la fila de que se mueve rápido y con buena atención) y otra fila en la que se atiende a ese resto que con razones de sobra mira con desidia y desaliento el como se les atiende de malagana y en ocasiones con gritos que les recuerden su origen pobre y la condición de inferioridad que se han inventado para ellos en los países árabes. Así mismo sucede (particularmente aquí en Riyadh) en las filas de inmigración para entrar al país, donde uno pasa en diez minutos el proceso y deja atrás las filas de aquellos que bien pudieron haber llegado horas atrás, pero por el simple hecho de recordarles la diferencia, los dejan ahí sin atenderles y sin que les importe mucho. Por eso cuando vas las bandas a recoger tu equipaje, debes sortear los pasos entre las muchas cajas y guacales que hacen las veces de maletas y que seguro están ahí desde hace horas.
Para quien llega por primera vez no deja de ser una sorpresa negativa lo que hasta ese momento ha visto, y no menos lo será esa primera e inolvidable imagen de cuando se sale a ese espacio donde se espera con carteles a los viajeros y lo que se encuentra es una cantidad de gente con túnicas, mal olor y mirada triste. Algunos de ellos sentados en el suelo, otros tantos con los pies descalzos montados en las sillas de espera y el resto con ese particular "agachado" que asumen cuando quieren descansar. Los tres segundos que dura ese impacto son suficientes para alcanzar a preguntarse: "¡Ay juepu..a!, ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?". Pero bueno, ya eso es harina de otro costal.
Es también común sentir un ambiente de zozobra y silencio sobretodo en las terminales aéreas de Arabia Saudita (Riyadh, Dammam y Jeddah), donde los policías de aduana son mala clases, donde son muy pocos los sitios en los que se puede compartir un café, donde no hay comercio en el que distraerse mientras se espera, salvo un pobre kiosco donde venden dátiles, cigarrillos y poco más, y donde además, si miras alrededor, la mitad de la población son mujeres vestidas de negro y tapadas hasta la médula, es como si estuvieses en medio de una convención de Batman jubilados. Y eso sin contar que aquí los corredores son usados en su mayoría como mezquitas improvisadas y es habitual ver cantidad de hombres haciendo gala de su fervor islámico, incluso tienen un buen número de ejemplares del Corán en pequeños atriles en el suelo. Es, en definitiva, un aeropuerto donde priman la monotonía y las ganas de salir pronto de ahí.
La situación no cambia mucho si abordas alguna de las aerolíneas de bajo coste del Golfo Pérsico (Saudi Airlines, Gulf Air, Nas, Sama, Egypt Air, Air Arabia, etc.) pues las azafatas también son bastante conservadoras en atuendo y son de pocas palabras. Todas las pantallas del avión señalan indefectiblemente la Meca y como se va rotando la posición con respecto a ella según la ruta que sigue el avión. Esto se debe por supuesto a que si durante el vuelo los coge la hora del rezo, pues deben tirarse ahí en el corredor a rezar y saber con certeza hacia donde dirigir la oración, como me ha tocado verlos varias veces. Hay algunas aerolíneas como Saudi Airlines que tienen aviones con los últimos 16 puestos de la galería central cancelados para dar lugar a un pequeño salón de rezo que hace las veces de mezquita a bordo.
Una vez que estás dentro del avión con la certeza de que desde antes ya te han asignado un puesto que nunca estará al lado de una mujer (a no ser que sea la tuya propia), es cuando empiezas a corroborar la falta de cultura tan tremenda de esta gente que se cree dueña del mundo. Las azafatas pasan muchas veces por los puestos repitiendo: "Señor por favor, sea tan amable de abrochar su cinturón de seguridad, miré que ya es la cuarta vez que se lo recuerdo" Pero muchas veces no se logra dicho cometido y la azafata termina también haciéndose la de la vista gorda y se quedan como pensando: "¡Ah! Listo pues gran güe..n, entonces que te coma el tigre, ¡porque lo que soy yo, no insisto más!". No las culpo, pues a veces reciben agresivas respuestas que descolocarían a cualquiera: "¿Cuál seguridad? La seguridad no depende de un cinturón sino de la voluntad de Dios si Dios quiere que yo me muera que así sea, pero usted no me va a obligar a usar ese cinturón", y bueno, pues exactamente lo mismo con el uso del celular.
Luego de estas escenas previas, el avión comienza su lento recorrido por la pista mientras el capitán anuncia que pondrá la oración del profeta para los viajes, y acto seguido comienza un sonido gutural aterrador que muchos rezan al unísono y que al menos a mi, me causa una especie de miedo porque suena a algo apocalíptico y siempre miro de manera automática hacia atrás a ver si no viene un loco a inmolarse en medio del avión. Por fortuna, esto solo dura unos cinco minutos y finalmente el avión emprende vuelo.
Una vez alcanzada la altura que autoriza el zafarse del cinturón de seguridad y también el paso del servicio a bordo. Empiezan a repartir el menú que curiosamente siempre es el mismo: "Chicken kabsa" que es una especie de arroz con pollo y especias, o bien, el nunca bien ponderado "Lamb" que no es otra cosa que el popular cordero.
Que no varíen el menú no es tan desalentador como el verlos comer. Si tienes suerte y te toca un occidental de vecino puedes darte por bien servido porque no verás como a tu lado hacen bolas de arroz con la mano y se las llevan directamente a la boca a velocidades alucinantes y sin siquiera desempacar la bolsita de los cubiertos. Confieso que muchas veces se me ha cerrado el apetito al ver tamaña escena primitiva. Pero bueno, supongo que ellos también nos verán raros y complicados al usar utensilios para comer diferentes a la mano.
Otro de los detalles incómodos es ver lo nerviosos que se ponen cuando ocurren las frecuentes turbulencias que se sienten como un segundo de vacío dentro del avión y que son totalmente normales. Cuando esto pasa, esta gente saca de los bolsillos la Misbaha que como alguna vez les explicaba, es algo más o menos equivalente a la camándula con el que las señoras cristianas cuentan los "mil Jesuses". Se ponen entonces a rezar de manera fervorosa esas guturales y entreveradas oraciones que no hacen sino transmitirte un miedo que antes no te daba y que acaba por perturbarte la concentración de la lectura o lo que es peor, espantarte el sueño.
En fin, a veces es como paradójico eso de tener infraestructuras físicas potentes y modernas pero llenas de espectáculos circenses en su interior. No digo yo que seamos en Suramérica la mata de la civilización, pero casi prefiero estar de vecino de viaje de ese señor que aplaude cuando el avión aterriza en Rionegro y que mientras bota lagrima grita sin ninguna pena: "!Que viva Medallo y Sabaneta Jijueputa…!" porque este personaje al contrario de transmitirme miedo, seguro me saca una sonrisa.
Hasta una próxima ocasión.