9.23.2010

Comunicado # 22. ¡Thasi Delek! Seis días en el Tíbet. ¡..A los pies de los Himalayas..!


Hola a todos. 5:58 am., Mientras dejaba atrás Shanghai, abordo de un taxi que avanza a 120k/h sobre la autopista que de Puxi conduce al aeropuerto internacional de Pudong y con la vista fijada en el horizonte presenciando como los primeros rayos de sol cortaban en su parte superior la grisácea silueta del conjunto de imponentes rascacielos que dan cuenta del vertiginoso desarrollo que ha convertido esta ciudad en una de las urbes más pujantes de Asia Pacífico; me disponía a emprender el vuelo que a la vuelta de cuatro horas me tendría en la morada por excelencia de los Dalai Lamas: Lhasa, capital y corazón del Tíbet.
Haciendo caso omiso a las recomendaciones que aparecen en foros de Internet y en las guías de viajes que sugieren no llegar en avión a Lhasa, a no ser que dispongas de un tiempo de dos o tres días para aclimatarte y no sufrir de mal de altura (soroche) debido al cambio brusco de altitud. Pues tuve que hacer oídos sordos a todo esto, porque no disponía del tiempo suficiente para tomar el tren que conduce desde Beijing o Shanghai hasta Lhasa en el plazo de 50 horas de viaje donde el proceso de aclimatación del cuerpo se da de manera natural a medida que el tren se interna en la montaña. Pero no solo recomiendan el tren por motivos de salud, sino porque es la línea ferroviaria más alta del mundo y el 80% del recorrido se hace sobre 4000 metros sobre el nivel del mar, alcanzando su punto cumbre en los 5070 m. Con lo cual los paisajes que desde allí se aprecian son listados como impresionantes: se atraviesan glaciares, desiertos, lagos y extensas estepas, que de seguro garantizan un viaje, si bien largo, maravilloso. He de confesar, que mientras pensaba en todo lo que me perdería por hacer el recorrido en avión, me fue inevitable recordar, y con pesar, reconocer, lo que dice Pablo Rey en su libro "La vuelta al Mundo en 10 años": […el tiempo, el tiempo es el bien más preciado de los viajeros…]).
Luego de arribar a Lhasa, me recibe un guía que me saluda con un amable ¡Tashi Delek! (Hola en Tibetano), se presenta como Donje Tashi y me dice: "vamos primero a la estación de tren a recoger a quien será tu compañera de viaje por estos seis días y luego al hotel.", asentí si mediar más palabra, puesto que ya me había comenzado un poco el malestar de la altitud. Emprendimos entonces el viaje de una hora por una carretera trazada al capricho de los pliegues de montaña cuando se unen al Río Brahmaputra.
Llegamos a la estación de trenes y allí ya estaba mi compañera de viaje, a quien para efectos de este relato llamaré K, porque no se me da muy bien eso de escribir nombres en alemán. Tuvimos solo una corta conversación acerca de lo largo que había sido el trayecto del tren y de las penurias que durante él se viven, lo cual, con un poco de risita interna, reconfortó un poco mi pena por no haber hecho dicho viaje, pero que más tarde, aquella sonrisa se me borraría al ver las fotos que me enseñó de dicha travesía.
Quedamos en tomar un descanso corto en el hotel y al cabo de dos horas encontrarnos en el lobby para salir a cenar.
Por fortuna, los hoteles donde estábamos alojados quedaban el la zona del Barkhor que es el barrio tibetano más tradicional de Lhasa y en cuyo corazón se encuentra la estructura religiosa más venerada del Tíbet: El Templo del Jokhang.
El Barkhor es un barrio lleno de estrechas callejuelas llenas de vida, con mucho comercio y buena oferta gastronómica local. K, tenía muy claro el sitio donde quería cenar aquella primera noche y nos aventuramos a buscar el lugar, que entre otras cosas, estaba en la terraza de un pequeño edificio de cuatro pisos al que por más vueltas que le dábamos no le hallábamos acceso, por lo que finalmente decidimos abandonar la idea de cenar allí y buscando la salida, entramos a un callejón ciego, muy roído y lleno de bicicletas en mal estado, pero con una puerta al final con luz encendida. Fuimos hasta allí y ¡Oh sorpresa! He ahí la escalera de acceso al famoso restaurante.
El sitio ofrecía una magnífica vista de toda el área del Barkhor, y en un plano un poco más lejano, la imponencia del antiguo monasterio y residencia del quinto Dalai Lama: El Palacio Potala que se apreciaba fuerte, macizo, el vigilante de Lhasa.
En el restaurante (New Mandala) hicimos de nuevo gala a la desobediencia y nos aventuramos a probar la bebida más tradicional del Tíbet: Té de mantequilla de Yak. Nadie lo recomienda, las guías dicen que su sabor es desagradable y grasoso, pero los tibetanos insisten en que es un manjar, así que mientras ocurría la ineludible conversación donde siempre saltan los: ¿De dónde eres?, ¿Qué haces?, ¿Porqué el Tíbet?, etc., y de descubrir que casualmente K es también arquitecta, que compartimos el mismo gusto por la fotografía y los viajes; nos bebimos un termo de dicho Té sin sentir que fuese en absoluto desagradable. En adelante, K lo siguió pidiendo en todos sitios y yo tomé partido por otras ofertas.
Para comprender un poco mejor el complejo asunto de los templos y las peregrinaciones, es bueno explicar someramente ciertos conceptos religiosos y las derivaciones que ello contiene. La población Tibetana es fundamentalmente budista, una pequeña minoría cristiana y otra aun más pequeña, musulmana. Dada esta proporción lo común es encontrar en las calles de Lhasa todos los elementos alusivos al Budismo, una religión iconoclasta por formación. Las calles que rodean los templos siempre están atestadas de peregrinos cuyas manos siempre están cargadas de ofrendas bien sean comida, bebidas o dinero, y la infaltable Rueda de la Oración que siempre están haciendo girar en el sentido de las manecillas del reloj. Dicha rueda es un pequeño contenedor cilíndrico que tiene una tapa que se abre para depositar en él las oraciones, que a medida que se comienzan a girar dentro de la rueda se tiene la creencia que serán atendidas por los Dioses. También se dice que el estar girando la rueda ayuda a la activación de los mantras individuales y ello es una contribución natural a la acumulación de méritos o "karma bueno", que es en síntesis lo que persigue el Budismo.
Los templos siempre deben rodearse haciendo un Kora (circuito de peregrinación. Es rodear caminando el objeto de adoración en el sentido de las manecillas del reloj). Es bueno saber que los Koras no están sujetos solo a los templos sino también a los sitios que los budistas consideran sagrados, como el monte Kailash, algunos lagos o incluso las capillas internas de los monasterios. Como ven, la variedad en distancia entre un Kora y otro puede ser de kilómetros e incluso de semanas dependiendo del fervor con que se haga la peregrinación.
Casi en su mayoría, los recorridos alrededor de los templos están acompañados de interminables filas de ruedas de la oración en tamaño gigante que están fijas a la pared y que se van haciendo girar una a una mientras se completa el respectivo Kora antes de entrar al templo, que debo aclarar, no necesariamente hay que hacerlo en orden, es decir, se puede visitar primero el templo y luego pasarse el día completo haciendo Koras a su alrededor.
Son muchos los peregrinos que depositan sus oraciones en estas ruedas grandes porque saben con certeza que muchos otros están girándolas constantemente, es como un "gana diario" de oraciones que van acumulando mérito todo el tiempo. Si uno es curioso y abre una de estas ruedas, verá que en su interior hay kilómetros de oraciones enrolladas en mora de ser atendidas.
Uno de los Koras que más me sorprendió el que se hace alrededor del Templo del Jokhang, pues los peregrinos son bastante fervorosos y se animan a hacerlo sumándole el Chaktsal (postración) que es el ritual más eficaz de demostrar su devoción, y consiste en juntar las manos en posición de oración o rogativa y con ellas tocarse primero la frente, luego la garganta y por último el corazón, luego hacen una venia y se tienden completamente en el piso deslizando los brazos hasta donde dé la longitud de su cuerpo y ese punto marca el siguiente lugar para repetir la misma acción ritual una y otra vez hasta completar el Kora. Es un ejercicio bastante fuerte y lento, pero lo hacen desde los niños hasta los viejitos, y cada quién se amarra con resortes un pedazo de cartón bajo la palma de las manos para no herirlas con la cantidad de repeticiones y claro, ello también les permite deslizar el cuerpo de manera más fácil.
Al igual que sucede con los Koras, el Chaktsal también puede hacerse de manera independiente y para ello hay destinados en los templos unas especies de atrios donde la gente pasa el día haciendo estas repeticiones una y otra vez en el mismo punto. Pero al igual que sucede en Arabia, donde los musulmanes rezan en el sitio que los coja, allí también vi a muchos peregrinos haciendo sus postraciones en la calle.
Las imágenes al interior de los templos tampoco dejan de sorprender, cada peregrino va con sus ofrendas, se para frente a alguno de los cientos de budas y sirve agua o té en los cuencos que hay para hacerlo, luego ponen un par de cucharadas de mantequilla de Yak en las veladoras para siempre mantenerlas encendidas. Las lámparas y veladoras de todos los templos tibetanos están hechas con mantequilla y no con parafina como las nuestras. Pero lo más impresionante es que los peregrinos siempre van con fajos de billetes de baja denominación haciendo las ofrendas, es curioso, pero hay billetes en todas partes, en cuencos, en poncheras, en baldes, en el piso, en las mallas que protegen los budas, ¡en todas partes! Y al otro lado del templo siempre hay monjes separando los billetes por denominación y organizándolos como en un banco.
En muchos templos te cobran por hacer fotos interiores. Los monjes te dicen que es a modo de donación, pero a medida que te vas adentrando en ellos y que el grado de tenacidad o fuerza de los Budas va aumentando así mismo lo hace el precio de las fotos. Si es un Buda de esos que mide cinco pisos de altura y que ellos consideran que es muy milagroso, pues la foto puede ser carísima y si detallas la denominación de los billetes que la gente ofrenda en estas capillas, te das cuenta que aquí la gente deja en sumatoria fortunas.
Aunque el turismo en el Tíbet va en franco aumento, no es muy común ver gente occidental por allí caminado. La mayoría del turismo tibetano es chino y otras comunidades asiáticas budistas que van allí a hacer sus peregrinaciones de vida por considerarlo un sitio sagrado. Esto hace un poco molestos los recorridos dentro de los templos, ¡claro!, lo digo desde mi posición de turista, porque para ellos el molesto y el fuera de lugar soy yo. Digo molesto porque los recorridos en los templos son muy estrechos y los peregrinos están en su afán por hacer el pequeño Kora de cada capilla y se forman atascos interminables entre gente que huele a leche, a humo y a ganado por ser gente nómada de montaña y si a eso le sumas los inciensos de la capilla y tu constante mareo por la altura, es un coctelito que deseas terminar pronto.
Otra cosa son los alucinantes paisajes que se dan entre las ciudades Tibetanas. Hicimos el recorrido entre Lhasa y Shigatse (segunda ciudad del Tíbet) a lo largo de los 640 Km., de carretera y diez horas aproximadas de viaje. Fue realmente maravilloso surcar los caminos entre los Himalayas donde los paisajes cambiaban considerablemente más o menos cada 40 minutos. Atravesamos nieves, páramos, montañas de desierto rocoso, lagos sagrados e impresionantes como el Yamdrok-tso que pudimos apreciar en toda su magnificencia desde la montaña sagrada de Kambala (4700m) y como afortunadamente contamos con condiciones de clima favorables, pudimos ver en el horizonte el monte Nojin Kangtsang (7191m). Mientras yo me sorprendía con el increíble e intenso color turquesa del lago y de la cantidad de coloridas banderitas de oración que ponían por doquier los peregrinos, no podía dejar de reírme de K quien se encontraba maravillada con los cientos de Yaks que había en el lago.
Fue bonito estar lejos de Lhasa, que aunque es la ciudad de los templos y peregrinaciones, también está actualmente invadida por una oleada de chinos que están trayendo la modernidad y la infraestructura que hasta hace muy poco los tibetanos desconocían.
Salir de Lhasa te deja apreciar con mayor claridad la composición elemental de la sociedad Tibetana que fundamentalmente está dividida en tres: Los Drokpas (nómadas) que se dedican a la ganadería, Los Nongpas que son agricultores y finalmente Los Sanghas que son las comunidades de monjes y monjas. A todos puedes verlos en su entorno cotidiano en las carreteras e incluso puedes hablar con los monjes en los monasterios de Kumbum en Gyantse (pueblo a medio camino) y en Thasilhumpo en Shigatse. En Lhasa puedes tratar de acercarte igualmente a los monjes, pero se te reducen las ganas apenas los ves chateando por Black Berry.
Finalmente puedo decir que es un viaje increíble, que simplemente sentarse a ver la devoción con la que los peregrinos acuden a las copiosas cuestas a hacer sus Koras en el monasterio de Drepung; ver las conversaciones místicas y gestuales de los monjes en el monasterio de Sera, perderse a degustar las delicias de unos buenos momos al vapor por las callejuelas del Barkhor y compartir una buena taza de Té de mantequilla de Yak bien merecen la pena este viaje.

Kalee Pay (Hasta Pronto)…!